Por años, Jorge soñó con su papá que se llamaba igual que él, Jorge Enrique Díaz. Soñaba que jugaban, soñaba que estaba vivo y regresaba con él y su hermana. También, por años, huía de cualquier carro que se pareciera al que se llevó a su papá cuando él tenía apenas 8 años. Recuerda a detalle ese momento: varios hombres desconocidos aparecieron en su casa, violentaron a su vecina, amenazaron a todos los presentes y se lo llevaron, acusándolo, sin pruebas, de ser guerrillero. Su cuerpo sigue extraviado hasta hoy.
No ha pasado un día desde que “El Mono”, como le decían de cariño sus cercanos, desapareció en Caracolicito (Copey), sin que su familia no lo busque. Sus hijos y sus hermanos nunca han obtenido información clara de su paradero. Su desaparición fue el inicio de un duelo inacabable para los dos niños que quedaron a cargo de sus abuelos, dos campesinos empobrecidos. Kelly y Jorge se vieron forzados a trabajar desde muy jóvenes, se la rebuscaron aquí y allá.
Para ambos, asumir que su padre no iba a volver, que estaba muerto, que lo habían asesinado y que el paradero de su cuerpo es desconocido, ha sido lo más difícil que han tenido que afrontar. “Aun así, donde había aglomeración de gente, siempre lo buscaba, imaginaba ver que llegaba. La gente suele decir que la mejor etapa de uno es la infancia, pero para mí no lo fue. Para mí la mejor etapa fue cuando empecé a ganarme las cosas por mí mismo”, contó Jorge, a finales de septiembre, en una de las tantas prospecciones que se han hecho en varias zonas del Cesar para dar con el cuerpo de su padre.
Aunque la Fiscalía, a través del Grupo interno de trabajo de búsqueda, identificación y entrega de personas desaparecidas, la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas, y organizaciones como la Asociación en Memoria y Dignidad de los Ausentes en el Cesar (AMDAC) y Pax Colombia han acompañado la búsqueda, ha sido imposible dar con su paradero. A hoy se han hecho cinco prospecciones (exploraciones de áreas de interés forense que ha arrojado la investigación), dos de ellas con georadar y un canino especializado en búsqueda de restos óseos, pero lamentablemente no se ha tenido éxito.
Jorge y Kelly insisten en la necesidad de verdad para poder hallar a su padre y cerrar un ciclo lleno de incertidumbre y desesperación. Aunque hoy cuentan con apoyo de una red importante de familias buscadoras de la zona e instituciones más comprometidas, la frustración y el dolor son evidentes. No pierden la esperanza, la misma que les movió a escaparse con un primo siendo niños hasta el municipio del Copey con la idea de buscar al “Mono”; la misma que les permite pararse luego de cada intento fallido de prospección. La añoranza para ambos es tener un lugar adonde, en sus palabras, “llevarle una florecita”.
En los planes de los hermanos Díaz, no está rendirse. Jorge sostiene que seguirá al lado de su hermana, quien ha encabezado la búsqueda, y que el día más tranquilo será cuando encuentren a su padre. Por ahora, asume su rol de padre con fortaleza: intenta darle a su pequeña de dos años lo que a él los grupos armados ilegales le arrebataron: una infancia feliz. Jorge está rompiendo un círculo de violencia y dolor en honor a la memoria de su tocayo y ejemplo de vida: el “Mono” Díaz.