En la bota caucana, los indígenas, afrodescendientes y campesinos trabajan para derrotar el estigma de la guerra y buscar alternativas económicas en el turismo de naturaleza
Francisco López relata, con voz entrecortada, lo que fue ese momento. Avanzaba el mes de abril del 2011, cuando muy temprano en la mañana salieron los tres caminantes: Francisco, Pedro y Jaime. Su misión era hacer la verificación del terreno en donde la comunidad quería hacer una Reserva Natural de la Sociedad Civil, iniciativa de conservación de la naturaleza y el medio ambiente en su territorio, ubicado en la vereda Concepción, del municipio de Santa Rosa.
Se buscaba que los límites no fueran a quedar dentro del Parque Nacional Serranía de Churumbelos, por eso era muy importante la participación de Jaime Girón Portilla, funcionario de Parques Nacionales, entidad del gobierno nacional encargada de la administración y el manejo de estas áreas.
Durante el primer día, la marcha se realizó de acuerdo a lo planeado. Durmieron en el bosque y muy temprano siguieron con la travesía. Iniciaron el segundo día de caminata en medio de paisajes imponentes y maravillosos. De repente, el ensordecedor estallido de la muerte: Jaime, de 35 años, había pisado una mina antipersonal.
Gracias a un celular análogo, popularmente conocidos como flecha, Francisco López logró comunicar la situación y solicitar con urgencia ayuda. Ese mismo día, antes de caer la tarde, un equipo helicoportado del ejército hizo la extracción del herido. Por la gravedad de sus heridas, Jaime murió en el hospital de Villa Garzón en Putumayo, donde le prestaban atención médica. Pedro y Francisco quedaron en el sitio heridos por esquirlas. Solo tres días después del incidente, pudieron rescatarlos. Fueron días de dolor, angustia, desesperación y especialmente, de estar en contacto permanente con la muerte: el más mínimo movimiento podría activar otras minas en la zona. Se sabe por experiencia, que donde hay una mina, hay varias. No se movieron de sus sitios por 72 horas. Estaban entumidos. Por la pérdida de su amigo, la impotencia y el sufrimiento, los recuerdos siguen llenando hoy sus ojos con dolorosas lágrimas.
Francisco López no es nativo de Santa Rosa, considerada la “capital” de la bota caucana. Llegó en el 2003 desde el Caquetá, con su esposa e hijos, y dos familias más, huyéndole al conflicto armado. Cuenta que en las tierras del sur del Cauca vio la posibilidad de un hogar seguro donde vivir tranquilo. Intentó primero, y contrario a todas sus prácticas y conocimientos de hoy, talar los frondosos bosques para sembrar pasto. “La tierra no era buena para eso, había mucha agua, humedales. No lo puedo negar, nos alimentábamos con los animales que cazábamos, porque había de todo. Hoy no me cabe en la cabeza que utilicemos a la naturaleza de esa forma, tan depredadora”, afirma Francisco.
La bota caucana, denominada así por su similitud en los mapas geográficos con un tipo de zapato, está ubicada en la parte sur oriental del Cauca, en el macizo colombiano, la estrella hídrica más importante del país. Tiene una posición estratégica y en su territorio confluyen varios grupos poblacionales: afrocolombianos, indígenas de los pueblos inga y yanacona y campesinos. Y aunque estas comunidades han compartido un espacio, en algún momento de su historia, no compartieron las ideas. Esto generó constantes roces e inconvenientes en su convivir.
La ley de la guerrilla
Santa Rosa tiene una población cercana a los 10 mil habitantes y una extensa zona del sur del Cauca. Por ejemplo, para ir desde su cabecera municipal al corregimiento de El Descanse, una de sus veredas, se puede demorar más de 12 horas caminando. Es más fácil llegar a Santa Rosa por el departamento del Putumayo que por el Cauca. Las vías de acceso y de comunicación siguen siendo una gran dificultad para llegar a esta zona.
Fue precisamente esa dificultad la que permitió que la guerrilla de las FARC y el ELN hicieran presencia permanente en este territorio. Ellos eran la ley. Así lo dicen sus pobladores. La oferta del estado era casi inexistente. Así lo cuenta Derly Neira Botina, una mujer de 42 años, que vivió toda su vida en la vereda El Descanse y caminó todas las veredas de Santa Rosa como auxiliar de enfermería.
Era ella quien iba a vacunar a los niños indígenas, campesinos y afros por las veredas. “He tenido el gusto de conocer el municipio a pata y eso me ha permitido estar muy cerca de las familias. Con otra señora, con la que hoy somos comadres, atendíamos en salud a quien lo necesitara. En muchos momentos atendimos combatientes porque es muy difícil decirle que no a alguien armado. Soy madre de tres hijos y apenas tuve la oportunidad los saqué de la vereda para evitar que los reclutaran”, narró Derly.
Fueron años en donde la población de la bota caucana tuvieron que convivir con castigos y amonestaciones por decir lo que pensaban, actuar de alguna manera o simplemente incumplir unas leyes unilaterales propuestas por los grupos armados. “A mí me castigaron una vez porque me quedé con una amiga tomando cerveza después de la hora indicada por la guerrilla y tuve que hacer un tramo grande de un camino, ponerle piedras a una trocha para la comunidad. Yo creo que todos los habitantes de Santa Rosa alguna vez tuvimos una amonestación a las leyes que nos imponían. Hoy todo es diferente porque las veredas y el casco urbano, todos, trabajamos juntos por nuestro territorio”, agregó Derly.
En las pasadas elecciones regionales de octubre, su comunidad, esa que conoce casi como la palma de su mano, le dio su respaldo y salió electa como concejal de Santa Rosa. “Tendré la oportunidad de mover a nivel municipal todos esos proyectos que estamos trabajando y podremos hablar todos con una misma voz. Nuestra tierra es rica en fuentes hídricas, en naturaleza. Ese es nuestro potencial. Y lo queremos desarrollar”.
La naturaleza y la Mesa Inter-Étnica e Inter-cultural
En la bota caucana existe una iniciativa considerada ejemplo de concertación y trabajo comunitario en defensa de la naturaleza y el territorio. Se trata de la Mesa Interétnica e Intercultural, conformada en el 2017 y constituida por 24 personas; 8 representando al campesinado de la región, 8 afrodescendientes del -en constitución- Consejo Comunitario y 8 de los grupos indígenas. No siempre fue así. Las relaciones entre estas poblaciones fueron tensas al comienzo por la distribución de las tierras: los indígenas con sus resguardos,los campesinos buscando expandir sus territorios para la agricultura y ganadería y las comunidades afrodescendientes intentando asentar su población e iniciar sus procesos políticos y organizativos.
Héctor Fabián Garreta, indígena inga, es Consejero Mayor de la Asociación de Cabildos Indígenas de Santa Rosa y parte de la Mesa. En total son 5 cabildos y 3 resguardos, de los pueblos inga y yanacona, que hacen parte de ella.
Héctor, con las palabras certeras de la sabiduría indígena, explica los inicios de este espacio: “el conflicto armado dejó marcas en el territorio; dejó desconfianza entre los que habitamos la zona, celos, descomposición. Los líderes nos sentamos, hablamos y determinamos que era una necesidad urgente la de asociarnos, articularnos y unirnos para fortalecernos. Hemos tenido la capacidad de dialogar, de respetar, de reconocer a las demás personas como son, con su diferente cultura y su forma de pensar”.
Y así se forma la Mesa. Son 24 líderes representantes de las comunidades que trabajan para tener una sola voz e impulsar sus procesos. Se han organizado de tal forma, que la institucionalidad, esa misma que estuvo tan alejada de ellos, ahora es parte importante de sus procesos. Se han fortalecido y han hecho de entidades y organizaciones sociales aliados estratégicos.
De esa articulación salieron nuevos proyectos para apropiarse de sus potencialidades. Nelson Romero es un campesino oriundo de Santa Rosa. Es el representante legal de la Asociación Andaki, que tiene un lugar en la mesa interétnica y que trabaja para que en Santa Rosa se aprovechen las maravillas de la naturaleza, se realice el turismo ecológico como una oportunidad de negocio, en aras de la conservación y para mejora de la calidad de vida de sus pobladores. Capacitación y emprendimiento para pasar la página y superar aquellos factores que los hicieron -alguna vez- vulnerables.
“Los campesinos debemos vernos como investigadores. Nos capacitamos con procesos educativos para hacer incidencia en las decisiones ambientales y políticas del municipio. No fue fácil, porque los primeros documentos, investigaciones y monitoreos que produjimos, no estaban acordes con el pensamiento de los líderes políticos. Nos acusaban de locos porque buscábamos líneas productivas encaminadas a la protección del ambiente y los ecosistemas. Pero con argumentos técnicos fuimos logrando esa incidencia en los planes de gobierno y generamos en la comunidad ese interés por trabajar el turismo de manera diferente, el turismo de naturaleza”, explicó Nelson.
Desde hace dos años Santa Rosa se destaca por tener el mayor registro de aves en Colombia y participa en una competencia internacional realizado por la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, para registrar la mayor cantidad de aves que se pueda observar en un día: el Global Bird Day. “Empezamos a trabajar por darle otra imagen a Santa Rosa; mezclamos el pensamiento ancestral, el pensamiento técnico y el científico y nos dimos cuenta que una de nuestras potencialidades era la variedad de aves de la región. Pero no solo para mirarlas, era necesario analizar la parte técnica de ellas, su entorno, el papel fundamental que desempeñan en el ecosistema, como dispersoras de semillas, como controladoras de insectos. De esa observación fuimos aprendiendo”, explicó Nelson.
Los sonidos y la fuerza de la naturaleza
Esta es la historia de una comunidad víctima de la violencia de más de 50 años y que empoderada se consolida con iniciativas en beneficio de la región. Es una forma de pasar la página y dejar los años de estigmatización, desplazamiento y despojo. A diario llegan a buscar el apoyo de los líderes de las veredas, estudiantes, pasantes y biólogos, para conocer los procesos comunitarios y hacer sus investigaciones.
Hace apenas semanas, 60 miembros de los pueblos indígenas, campesinos y afrodescendientes de Santa Rosa se graduaron de un diplomado sobre Turismo de Naturaleza, facilitado por la Universidad del Cauca y con la participación de la Corporación Autónoma Regional del Cauca, Parques Nacionales Naturales de Colombia, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PAX Colombia,yla JEP, entre otros.
“Vimos en el aviturismo una oportunidad de promover una cadena productiva sostenible para la región, desde los platos típicos para ofrecer a nuestros visitantes, como actividades turísticas, con la logística adecuada, con lugares acondicionados para recibirlos, etc. Nuestro proyecto fue calificado por la Unión Europea en la feria Bioexpo, realizada en Yumbo (Valle) el pasado mes de septiembre, como uno de los negocios más exitosos del Cauca”, explicó orgulloso Nelson, de la Asociación Andaki.
En el caso de las comunidades indígenas, los conocimientos que han adquirido los aplicarán al etno-turismo. “Como indígenas una de nuestras metas es la conservación de la naturaleza. Aquí está la vida, el oxígeno, los animales, el agua: nuestras riquezas, lo que nos da la pachamama. Es necesario hacer adecuaciones en los espacios de vida, las cascadas, las chagras, las huertas medicinales, con el objetivo de garantizar y promover un etno-turismo. Que el turista tenga una experiencia integral, que conozca y que se recargue de los espíritus y energías, para que se armonice con la naturaleza y salga al mundo con otro pensamiento. Que obtenga los elementos para ser cada vez mejores seres humanos y nosotros podamos construir un sistema económico que nos beneficie sin dañar la naturaleza y, por el contrario, proteger el ecosistema”, agregó el Consejero Mayor Fabián Garreta.
¿Qué sigue para Santa Rosa y su mesa interétnica e Inter-cultural? Continuar trabajando para borrar las heridas de la guerra. Capacitarse para hacer de la conservación de la naturaleza su forma de vida y su aporte a cambiar los imaginarios sobre el turismo en Colombia. Francisco López, por ejemplo, sigue emprendiendo caminatas para colaborar con las investigaciones de estudiantes y biólogos, en sus estudios de especies de la región. Hace unos días se iba por tres días hasta un lugar al que llama La Cueva del Dragón Verde, para acompañar una expedición para estudiar anfibios y reptiles. “Salimos para cruzar esa montaña, por la reserva Verdeyaco. Son casi cuatro horas caminado. Yo recuerdo ese lugar, lo ví cuando vivía en Concepción: es un bosque mágico, hermoso. Allí es donde queremos hacer la zona de reserva y que sea también nuestro emprendimiento”, dice Francisco, con una mirada llena de vida. Con ese brillo que dan los sueños y una nueva oportunidad, la misma que la guerra no logró exterminar.