A pesar de todas las dificultades, podemos y debemos defender el acuerdo de paz en Colombia para que nunca vuelva la barbarie. Es la voluntad de la gente y la organización de esas voluntades, la que ha conseguido los más grandes y profundos cambios en la historia.

Trabajo para el movimiento de paz holandés PAX y hace algunas semanas visité, junto con algunos compañeros, la vereda La Julia en la jurisdicción del municipio de Uribe en Meta. El objetivo era constatar en el terreno, cómo está la situación después de la firma y puesta en marcha del Acuerdo Final de la Paz.
Aunque he vivido y conozco bien Colombia, esta visita me conmovió especialmente. Por un lado, me aterró la fragilidad del proceso de paz en este territorio tan golpeado por la guerra, y por el otro, la fuerza de los habitantes de la zona. Ellos no renuncian a la esperanza de vivir en paz, a pesar de enfrentarse diariamente a las dificultades de la implementación de un acuerdo tan difícil como necesario.
Lo más complicado es sentirse incapaz para hacer algo. Con la firma del acuerdo se esperaba mucho; que esta vez, sí se iban a dar los cambios necesarios para lograr la paz o que el despliegue del Estado en áreas remotas como La Julia, devolvería a todos los ciudadanos sus plenos derechos en un ambiente seguro para que pudieran trabajar en el desarrollo de sus comunidades. Sin embrago, lo que vi en estas remotas tierras, fue un ambiente de aparente calma, pero con enormes interrogantes e incertidumbres.
En La Julia, el abandono del Estado se puede constatar por todas partes como no lo dijo el representante de la junta de acción comunal – JAC con quien nos sentamos a tomar un café: “después de la erradicación de los cultivos de coca, programa al cual se acogieron alrededor de 500 familias, los proyectos productivos para generar las alternativas económicas no han llegado aún. No hay seguridad para nadie y la impresión de la gente es que la delincuencia común va en aumento”. Situación que confirmó la recién llegada inspectora del pueblo: “hay una cultura de violencia y con frecuencia, ocurren muchas violaciones de derechos humanos.”

La otra cara de la historia de La Julia la encontramos en una visita que hicimos a un grupo de desmovilizados del ahora partido político de las FARC que está en las cercanías de la vereda y quienes nos dicen que el único beneficio que han tenido es que ahora hay menos muertos que durante la guerra. Las demás cosas que deben llegar, para ayudarles a construir una paz territorial y una nueva vida, no se ven por ninguna parte. A pesar de eso, los excombatientes señalan que no tienen un plan B, y que le apuestan a una nueva vida en el campo sacando adelante una cooperativa agrícola de la mano de la comunidad. Atrás del campamento de cambuches, está un invernadero donde trabajan con gente de la comunidad en un cultivo de plántulas de cacao,
Durante este corto recorrido, lo que más me impresionó fue la historia de una señora del pueblo que no puede esconder sus lágrimas cuando nos contó como su su hija fue llevada a la guerra cuando tenía apenas 13 años, “no he sabido nada desde ese día“. No sabe cómo está y ni siquiera si aún vive. Yo, que tengo un hijo de 12 años, no puedo imaginarme en una situación parecida a esta, en una situación de guerra. La señora relata con tristeza, que no sólo su hija fue llevada a la guerra, sino que se llevaban camiones llenos de niños. Por su parte, el líder del grupo de desmovilizados de las FARC con quien hablamos, no admite que ellos hayan reclutado forzadamente a cientos de jóvenes en la región e intenta explicar que no hubo reclutamiento forzado de menores de edad, sólo jóvenes de 17 años en adelante que pidieron ingresar a las FARC se defiende diciendo: “teníamos estrictas reglas para aceptar personas en nuestras filas. El día que los visitamos, nos presentó a varios de los excombatientes que hacen parte de una comisión que crearon para apoyar a los familiares en la búsqueda de sus seres queridos desparecidos en la zona.
Me quedé con la impresión que las víctimas de la guerra en La Julia están muy solas. La cara de la presencia del Estado en el territorio es aún y principalmente, el ejército. Ellos, también, debería responder a la pregunta, sobre qué ha pasado con los seres queridos que han sido desaparecidos en este pueblo del Meta.

Después de oír las historias de las víctimas de La Julia, uno quedacon el convencimiento que, justamente un pueblo que ha estado en el corazón de la guerra, necesita todo el apoyo y acompañamiento para que se vuelva el corazón de la paz del país. Un territorio que en este momento, debiera estar lleno de representantes de las diversas agencias internacionales y entidades nacionales, buscando abrir allí, sus oficinas para hacer presencia en estas áreas apartadas como La Julia. Se esperaría escuchar el ruido de las máquinas construyendo carreteras para que los campesinos tengan vías adecuadas para sacar sus productos, algo indispensable para alejar de la zona, el fantasma de los cultivos ilícitos. Uno quisiera ver los técnicos en temas de agricultura sostenible ocupados en proyectos productivos en esta área tan fértil y a la gente de parques naturales comenzando a trabajar en la conservación de la naturaleza en los muchos ecosistemas estratégicos que rodean La Julia con el fin de frenar la deforestación y ver a sus funcionarios montando proyectos turísticos para que todos los colombianos puedan, no solo conocer la historia de estas tierras, sino también, su belleza natural. Porque ahora todo debería ser posible en tiempos de paz.
Por eso es tan increíble y tan frustrante, este sentimiento de que la paz se nos está escapando y saliendo de las manos. Mi percepción es que a ello están contribuyendo las fallas del Estado en la implementación del acuerdo, las de las instituciones incapaces y a veces corruptas y la negligencia de las élites políticas que solo velan por sus propios intereses de poder.
Pero, y entonces, ¿qué? Lo primero, y que es lo que se hace siempre, es exigir que el Estado le cumpla a los ciudadanos colombianos con la implementación del acuerdo de paz. Pero podemos ir más allá, apelar a que muchas personas en Colombia y fuera de ella que sientan igual que yo, quieran hacer algo para que estos pueblos alejados y golpeados reciban el apoyo y el acompañamiento que necesitan de gente como usted o como yo. Que sus habitantes se sientan acogidos en una sociedad que por décadas los dejo olvidados en medio de la guerra y que por fin se sientan parte de Colombia. Que no les dejamos solos. Que no es cierto que “a la gente” no les importa.
Y reflexionando sobre el papel que debemos jugar las sociedades en la defensa de la paz, recuerdo un aparte del libro “rules for revolutionaries: how big organizing can change everything” escrito por Becky Bond y Zack Exley quienes hicieron parte de la campaña de, Bernie Sanders en el que se describe como justamente una organización de voluntarios, marcó la diferencia que casi hace que Bernie Sanders ganara la candidatura del Partido Demócrata a las pasadas elecciones presidenciales en los Estados Unidos. Es la voluntad de la gente y la organización de esas voluntades, la que ha conseguido los más grandes y profundos cambios en la historia. No es la plata, ni los profesionales ni las instituciones poderosas. Si anhelamos un poco más, si unimos nuestras voluntades, podemos crear una organización de ciudadanos que organicen jornadas de apoyo en el campo, levanten proyectos y asesorías para que los padres encuentren a sus hijos, en fin, para que pueblos como La Julia no se sientan solos en esta titánica tarea de construir y mantener la paz. Es decir, una red de ciudadanos ejecutores y defensores de la paz.
Creo que es posible hacerlo. Pero aún no sé exactamente el cómo. Por ejemplo, ¿debemos comenzar con un piloto en una vereda como La Julia? o ¿Enfocarnos en estudiantes o en profesionales? ¿Ustedes me ayudan con sus ideas? Si les suena, no duden en escribirme a vanbeers@paxforpeace.nl para que la paz de La Julia no esté sola.
* Esta es una columna de opinión y lo expresado en ella es responsabilidad del autor.