Por primera vez, Colombia elige un presidente de izquierda progresista. Los nadie de Eduardo Galeano fueron protagónicos en las elecciones. Las mujeres, jóvenes, indígenas, afrodescendientes, campesinos, víctimas y comunidades empobrecidas fueron fundamentales para alcanzar los más de once millones de votos que le dieron la victoria a Gustavo Petro y su fórmula vicepresidencial, Francia Márquez, quien será la primera mujer negra en llegar al cargo.
La victoria rompe la tendencia histórica de elegir gobiernos de derecha, en uno de los países más conservadores de América Latina, región en la que en los últimos años se han consolidado diversos gobiernos progresistas, con visiones del mundo más humanitarias y equitativas.

Los ganadores y la campaña
Gustavo Petro es economista y especialista en administración pública. Ha sido senador en distintos periodos legislativos y fue alcalde de Bogotá (2012-2015). Fue inhabilitado por la Procuraduría General de la Nación para ejercer cargos públicos y tuvo que ser restituído al cargo luego de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos profiriera un fallo y medidas cautelares.
En su juventud, Petro fue militante del M-19, una de las guerrillas más influyentes en la historia colombiana y que se desmovilizó en la década de los 90.
Por su parte, la futura vicepresidenta Francia Márquez es una activista ambiental afrocolombiana, feminista y víctima del conflicto armado. Proviene del norte del Cauca, en el suroccidente colombiano. Esta región ha sido históricamente una de las regiones más desfavorecidas de Colombia y más golpeadas por las dinámicas del conflicto armado interno. En los departamentos que hacen parte de esta región se producen la mayor parte de asesinatos de líderes sociales.
La campaña electoral fue tensa y estuvo marcada por ataques en medios con información errada, tras las elecciones parlamentarias de marzo. En la ronda preliminar del 29 de mayo, los candidatos de los partidos políticos tradicionales fueron enviados a casa después de que votara una gran parte de la población, frustrada por décadas de pobreza y desigualdad.
En la segunda vuelta, el pasado 19 de junio, la batalla fue entre dos candidatos: Rodolfo Hernández, un ingeniero de 77 años y exalcalde de Bucaramanga, altamente cuestionado por su trayectoria como empresario y cuya bandera era la lucha contra la corrupción; y Gustavo Petro, de 62 años, con su programa basado en la política de la vida, la dignidad y la justicia social.
La política del amor
En su discurso de victoria, aplaudido por miles de simpatizantes emocionados, que apenas podían creer la nueva realidad, Petro dejó claro que quiere restaurar la paz en el país, que hoy presenta un retroceso en el tema por la no implementación del Acuerdo de Paz y otros fenómenos cómo el narcotráfico y el surgimiento y reactivación de estructuras paramilitares en las regiones empobrecidas.
El presidente electo prometió gobernar desde “la política del amor”, basada en la esperanza, el diálogo, la comprensión y la garantía de derechos. Pidió un Gran Acuerdo Nacional, en el que quiere que la gente de las regiones desfavorecidas exprese su opinión y sienta recogidas sus demandas, así como la reconciliación con otros sectores de la política colombiana, incluyendo a la oposición.
La diversidad de Colombia debe ser incluida en estos diálogos regionales. No solo los que han tomado las armas, sino también la mayoría silenciosa de campesinos, pueblos indígenas, mujeres y jóvenes. A partir de los diálogos regionales, las reformas que Colombia necesita para vivir en paz pueden ser construido.
Por su parte, y en consonancia con la política del amor, Francia Márquez abogó por la posibilidad de vivir sabroso, una expresión propia de los pueblos afrodescendientes que hace referencia al vivir sin miedo y dignamente, respetando los usos y costumbres de cada grupo cultural.
La dupla Petro-Márquez asume el próximo 7 de agosto y enfrenta grandes desafíos, entre ellos un congreso con una oposición acérrima, unos medios de comunicación que responden a los intereses de grupos económicos-políticos importantes del país, unas fuerzas armadas nacionales con una tradición conservadora, y una élite empresarial que intentará frustrar las reformas económicas. Además, el trabajo diplomático con gobiernos como el de Estados Unidos -y su guerra contra las drogas- y Venezuela.
A pesar de esto, los resultados de las elecciones ofrecen esperanzas de cambio. Los sectores desfavorecidos esperan que el nuevo gobierno impulse la implementación del Acuerdo de Paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC firmado en 2016 y cuya puesta en marcha hasta el momento ha sido deficiente por falta de voluntad política por parte del Estado colombiano.
