Piñalito se encuentra ubicada a 30 kilómetros del casco urbano de Vista Hermosa. Una pedregosa carretera, aun sin pavimentar, se abre paso llano adentro, hasta llegar a orillas del rio Güejar, uno de los más importantes de todo el departamento del Meta. Sus historias de resistencia y superación de la mano de líderes y lideresas de la región.
Vista Hermosa, agosto de 2019. Cuentan los pobladores de la zona, que cuando Vista Hermosa fue declarado municipio en 1966, Piñalito ya era un asentamiento importante y tenía una comunidad organizada que comerciaba con el plátano, maíz, yuca, arroz y por supuesto, con la piña.
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Hoy son pocos los cultivos de piña que siguen en pie. Muchos de los campesinos prefirieron sembrar otros productos, algunos de ellos estigmatizados y que tienen su génesis en el surgimiento de la violencia y la guerra en la región.
El municipio de Vista Hermosa, incluyendo Piñalito hizo parte de los 42.000 km2 que conformaron la zona de despeje otorgada por el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) para adelantar un proceso de paz con las FARC y que entró en vigor en 1999. Terminó, dos años más tarde, cuando fracasaron los diálogos y el Estado, de la mano de grupos paramilitares, retomó la zona a la fuerza.
Antonio Martínez de La Pava, líder social y conocedor de la historia de esa región del llano, cuenta que esta comunidad fue fundada muchos años atrás por familias que huían de los combates en Tolima y Huila durante el periodo conocido como La Violencia en los años 50. “Fueron alrededor de 12 familias que salieron del Tolima, atravesaron caminando el departamento del Huila y llegan a Uribe (Meta). Allí trazaron planes y se dividieron para llegar a varios de los pueblos vecinos: Boquemonte (hoy Granada), San Juan de Arama (uno de los pueblos más antiguos del país) y por los lados de Vista Hermosa (bautizada así por los paisajes que encontraron al llegar a la zona). Eran familias por tradición de izquierda que buscaban un lugar para establecerse y comenzar de nuevo”, aseguró Martínez de la Pava.
Tierras bendecidas
Los campesinos de Piñalito cuentan que sus tierras siempre se han caracterizado por ser fértiles, con buena agua y pesca en abundancia. Se pueden producir un sinnúmero de productos en su campo. Tienen además una ubicación estratégica que permite el comercio desde lugares cercanos por el rio Güejar, y sacarlos hacia Vista Hermosa y de allí, hacia el interior del país.
Esas mismas tierras vieron llegar a principios de los años 70 la bonanza por el cultivo y comercio, primero de la marihuana y, años después, de la coca. Los caseríos se llenaron de gente de todas partes de Colombia que trabajaban por semanas enteras en la manigua y salían los fines de semana a las comunidades, como la de Piñalito.
“Fueron épocas que recordamos con nostalgia porque a nadie le faltaba nada. Teníamos para vivir bien, todos nuestros productos, el plátano, la yuca, la piña, todo se vendían”, comentó un campesino de la zona.
Pero con ese comercio, también llegó la violencia que se ensañó con la región. “No desconocemos que, en estos pueblos olvidados del gobierno central, la guerrilla tenía un poder importante, tenía fuerza política. Acá fue muy fuerte la Unión Patriótica (UP), partido político colombiano que nace como parte de una propuesta de paz de las FARC-EP. En el caso de Vista Hermosa, tuvimos uno de los primeros alcaldes de la UP electos por voto popular, Julio Cañón López, quien fue asesinado en 1988 cuando regresaba al pueblo después de hacer unas diligencias en Villavicencio”, recordó Martínez de la Pava.
También cuentan que con la coca y su comercio llegaron las guerras por el poder. Por un lado, la guerrilla, tradicionalmente asentada en el pueblo y por otro, los narcotraficantes que iban hasta la zona por el producto. Aún quedan rastros de las pistas clandestinas a donde llegaban aviones de México y Estados Unidos, a cargar de mercancía. Compraban por arrobas, por kilos. Y pagaban con bultos de billetes. Era fácil que un niño, de aquellos que quisieron seguir estudiando en la escuela, llevara para comprar su merienda 300 mil pesos. Era plata fácil. La guerrilla, que antes portaba armas hechizas y artesanales, compró armamento de última generación, sofisticados y modernos. Se replegaron al monte para pelear y seguir mandando. Los escenarios cambiaron después del fracaso de los diálogos de paz y la terminación de la zona de distensión. Con la llegada de los paramilitares, la comunidad en el medio, tuvo que vivir el recrudecimiento del ya largo conflicto.
Un puente que unió y separó
Gloria Meza es una mujer morena, menuda y dicharachera. Pocos creerían que detrás de esa sonrisa permanente hay un dolor tan grande que, cuando recuerda, sus ojos se llenan de lágrimas. “Es muy duro recordar esos días, ver amigos caminar por el puente, llevados por alguno de los grupos armados que operaban acá y saber que iban a morir; y que no podíamos hacer nada para evitar esa sentencia”.
Gloria es una mujer referente de la lucha de este pueblo por el reconocimiento de un conflicto que destrozó familias, el tejido social y de una comunidad campesina, pujante y emprendedora. “Vivo hace más de 30 años aquí, al pie del puente. He sido testigo de los hechos más victimizantes que ha sufrido el pueblo. A finales del 97 y principios del 98 se inauguró este puente y su objetivo era dar progreso a la región. Unir a las dos márgenes del rio: el izquierdo con el derecho. Pero eso causó muchos problemas, la comunidad fue señalada por vivir de un lado u otro del río. De este lado, estaban los paras y del otro, la guerrilla”, aseguró.
“Este puente es una insignia de Piñalito. En honor a todas las víctimas y dentro del proceso de reparación colectiva de esta comunidad, en el 2013 lo arreglamos, lo reconstruimos y lo llamamos Heliconias de Paz. La heliconia es una flor que se da en la región. Es hermosa, colorida, exótica. En las noches oscuras los jóvenes venían a recochar acá. Se conocieron romances y otras historias. Durante el conflicto fue diferente. Siempre estaba con vigilancia, de cualquiera de los bandos, pero vigilado. A nosotros, vecinos del puente, nos tocó la peor parte: después de la zona de despeje, y con la llegada de los paramilitares, casi todas las noches sentíamos cuando tiraban bolsas pesadas al río. Eran personas que asesinaban en las ´casas de pique´ y las tiraban de entrada la noche a sus aguas desde el puente”, cuenta consternada Gloria.
Es precisamente esa, una de las heridas latentes aún en la población de Piñalito. De lados contrarios, pero cercanos del pueblo, hay dos casas señaladas por los pobladores de servir como sitios de tortura de la guerrilla y los paramilitares: las llamadas casas de pique.
Una, la que era supuestamente usada por la guerrilla, está habitada. Talvez por personas que desconocen esa historia. Hoy de ella solamente se asoma un perro, saludando a los intrusos. La otra vivienda, del otro lado del caserío, casi finalizando la línea de ranchos, se ve en ruinas, con paredes sucias, comidas por el monte y la maleza. Ya no tiene ni ventanas. Cuentan los pobladores de Piñalito que ha sido habitada pero que la gente no dura muchos meses. Está en pie como monumento a la ignominia de la guerra.
Cuando la familia de Gloria se percataba de los ruidos en el puente, no tenían formas de asomarse porque eso les acrecentaba el ya latente riesgo en el que vivían. “Mi casa tenía, en la parte de abajo a unos metros del río, una especie de enramada. Era utilizado por los paramilitares, por el ejército y la policía para disparar hacia el otro lado del río. Siempre. Y me cansé. Me cansé del riesgo para mi familia. En esa época, yo tenía una tienda y vendía licor y gaseosa. Me iba bien. Con las ganancias fui reuniendo la plata, pedí un préstamo al banco, y decidí transformar esa enramada en un cuarto, un subterráneo. Así les quitaba el sitio para disparar a los violentos. La hice de material fuerte para tener un refugio en los constantes enfrentamientos. Fue mi forma de encontrar resguardo de las balas”, explica Gloria ante su creativa solución para defender a los suyos y no ser parte de los enfrentamientos.
“En el 2013, estábamos al finalizar la tarde en mi casa. Estábamos allí y llegó una señora amiga y nos quedamos hablando en el andén. Entonces llegó una mujer conocida con una niña enferma, para preguntarme sobre un remedio para los síntomas que presentaba la pequeña. Yo le dije de un remedio con plantas porque lo que ella tenía era un rebote de parásitos. Al irse la señora con la niña, me di cuenta de dos personas extrañas que estaban cerca del puente. Un policía estaba vigilando en la zona y estaba hablando con mi hija. De un momento para otro el policía hizo un movimiento inusual y los extraños pensaron que los iba a atacar. Y comenzaron a disparar. Mi hija salió corriendo, el policía se hizo en la base del puente, y se enfrentaron por varios minutos, hasta que se acabó la munición. Los sospechosos, después nos enteramos que eran guerrilleros, empezaron a mandar granadas. Fueron como cinco o seis detonaciones. Dos de ellas cayeron en mi casa, en mi negocio. Lo destruyeron. Mi esposo y yo quedamos heridos. Aún cargo con unas esquirlas en mi columna, pero con todo y eso puede ayudar y esconder en el refugio a los míos”, contó Gloria.
Desplazarse, pero para volver
Convencida de su arraigo a su pueblo y su resistencia, Gloria salió por algunos años de Piñalito para protegerse con su familia. Durante algunos meses se fue para Puerto Alonso, otra población río abajo. Sin embargo, apenas pudo volver, no lo pensó dos veces y volvió.
“Me desplacé después de la zona de despeje en 2007. Pero la situación del desplazamiento es tan difícil, que si uno necesita un limón le toca comprarlo y si no tiene 200 pesitos para comprarlo, se jodió. Acá uno tan solo tiene que ir al arbolito del vecino, o a la finca del amigo y se lo regalan. Piñalito es un paraíso terrenal a pesar del conflicto que vivimos. Acá he estado, he resistido todos los hechos del conflicto y no hay mejor vividero, a pesar de todo. Ahora gozamos de tranquilidad, de una paz, porque no escuchamos las balas ni tenemos esa zozobra de antes. Aún falta una paz verdadera: porque no hay paz con hambre, sin educación, sin salud, sin trabajo, sin oportunidades”, afirma convencida Gloria.
“Hace falta que nos volteen a mirar las entidades, que nos den un apoyo con una inversión social. Donde podamos construir empresas y tener trabajo, desde nuestros saberes y nuestros conocimientos. Tener una forma para enviar a nuestros hijos a estudiar en universidades. Mire que acá en Piñalito, de los 30 muchachos que terminan 11 en el colegio, solo uno tiene la oportunidad de estudiar en una universidad y el resto ahí se quedan”, expresó con preocupación.
“Hoy, como dicen por ahí, tengo más puestos que un bus: tengo una tienda pequeña donde vendo desde artesanías, gaseosas, internet y hasta mecato. Además, soy modista, tomo muestras para el paludismo y soy conciliadora en equidad, proceso de formación que realicé con PAX y que buscaba que los líderes y lideresas contribuyamos a la resolución pacífica de conflictos de una comunidad. Son varios trabajos, pero la idea es seguir buscando el sustento diario. Piñalito hoy es tranquilidad, pero le falta inversión social”, finalizó Gloria.
¿Qué espera Piñalito?
A pesar de la calma que hoy relatan sus pobladores, en el pueblo aún se encuentran heridas que no han sanado. El pasado 6 de agosto, un uniformado de la Policía Nacional, asesinó a dos hermanas de 14 y 22 años al interior de su vivienda. Después de crimen el policía se disparó, herida que le causó la muerte horas después.
El dolor que causó este hecho, generó la manifestación de todo Piñalito que salió a sus polvorientas calles clamando justicia e investigación. Pero, además, sacó a flote esa incomodidad respecto a que fuera precisamente un servidor del estado quien cometiera un crimen tan atroz. Aunque es un hecho aislado, levantó el polvo de esas heridas que buscan sanar.
Gloria dice que a sus nietos siempre les contará lo bonito que es vivir en Piñalito y sembrarles ese amor que ella siente por esa tierra por la que ha resistido la infamia de la guerra. “Les diría que Piñalito fue un territorio de prosperidad, con momentos de guerra y tensión, pero que de manos de ellos está el cambiar la historia. Son ellos, las próximas generaciones, quienes tienen que cambiar ese pensamiento individualista y unirse, con los otros y ser uno solo, ante el dolor, ante la alegría, ante todo. Solo así seguiremos superando un capítulo oscuro de nuestra historia”.